A todas esas almas perdidas que han dejado de creer en la inmensidad del amor.



domingo, 18 de abril de 2010

Tumbados en la cama, el reloj toca las ocho, y yo junto a ti sin poder quitarte la mirada de encima. Pensé en despertarme temprano e irte a buscar y preparar el mejor desayuno que jamás hayas probado, pero tu serenidad a la hora de dormir me hipnotiza.
Los primeros rayos de sol arropan tu rostro como la fina sabana que arropa tu cuerpo. Y aquí sigo recordando, mientras te miro, la dulce y sensual noche que pasamos. Primero un pequeño saludo en aquel sitio donde apenas nos entendíamos, un suave paseo nos llevo hasta la orilla de la playa, y allí junto a las olas y a la luz de la luna, te bese. Un beso mágico, el beso que ha marcado un antes y un después en nuestras vidas.
Siento las mismas ansias de anoche de recogerte entre mis brazos, de acariciar tu dulce piel y saborear esos cálidos labios, pero no me atrevo al pensar que pueda alterar tu placido sueño.
El deseo me puede y mientras me acerco a esos labios rojizos pienso en no despertarte para poder realizar ese magnífico desayuno. Al fin poso mis labios sobre los tuyos y noto como tu calidez recorre con un escalofrió mi cuerpo mientras me devuelves el beso.
Una sonrisa aparece en tus labios sin todavía abrir los ojos, y con un suave beso en el brazo, mientras te das la vuelta, me despido de tu lado, princesa, para volver con dulces sabores.

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